De un hombre que patrocina su propia destrucción

“…Pero las estadísticas confiesan. Los datos ocultos bajo el palabrerío revelan que el veinte por ciento de la humanidad comete el ochenta por ciento de las agresiones contra la naturaleza, crimen que los asesinos llaman suicidio, y es la humanidad entera quien paga las consecuencias de la degradación de la tierra, la intoxicación del aire, el envenenamiento del agua, el enloquecimiento del clima y la dilapidación de los recursos naturales no renovables”

Eduardo Galeano

 

No quiero empezar sin antes decir que me duelen profundamente las tragedias ambientales (pero más que ambientales humanas), que ocurren a diario en nuestro país y en el mundo.

Si me enfoco en Colombia quiero decir que lamento, en primer lugar, los grandes procesos de deforestación que nuestra Amazonía ha sufrido por décadas; en esta zona que es parte del llamado “Pulmón del Mundo”, ocurre el 57% de la pérdida de cobertura vegetal del país que al mismo tiempo arrasa con miles de especies animales. El Amazonas se va desmoronando para dar paso a la siembra de productos agrícolas, coca o la cría de ganado.

Sin el ánimo de pasar por alto los grandes derramamientos de petróleo en varios puntos del país, la cantidad de daños ambientales causados por la minería especialmente en las regiones Andina y Caribe, las grandes sequías en la Orinoquía y la Guajira, declaro que también me aflije el desecamiento de la Ciénaga Grande (ya no tan grande) de Santa Marta, declarada Reserva de la Biosfera por la Unesco. hace poco gracias a las denuncias del periodista Alejandro Arias y posteriormente de la Dirección Regional de Parques Nacionales Naturales, el país entero conoció una Ciénaga deteriorada, llena de fango, con cientos de árboles talados y diques construidos ilegalmente: sus aguas están siendo secadas artificialmente para dar paso a fincas ganaderas y gigantescas plantaciones de palma africana.

Pero la más reciente, y una de las más graves de todas las tragedias ambientales que se han dado en Colombia, ecosistémicamente hablando, se refiere al enorme incendio en Necoclí, Urabá antioqueño, que duró aproximadamente 3 semanas: hoy deja un saldo de 4.000 hectáreas de bosques y humedales destruidos (más o menos lo equivalente a 8.000 canchas de fútbol), 328 especies de animales afectadas, muchas de las cuales sólo existen en esa zona del mundo. Todo esto por una quema ilegal que pretendía ampliar las zonas de vocación ganadera y que se salió de control.

Y en el centro de estos grandes escándalos ambientales, como en el “centro de todo”: el hombre.

Un hombre tan codicioso y caprichoso que podría destruirlo todo a su paso sólo por tener más dinero (o porque le da la gana). Tan inconsciente que podría ser testigo de la destrucción de todo su entorno y ni siquiera levantar una voz de protesta, por falta de interés o cobardía. Pero sobre todo un hombre TAN ciego, que no puede ver en la destrucción de ecosistemas estratégicos fundamentales para su existencia y la de muchos animales que comparten su entorno, más que la destrucción del medio ambiente la destrucción de sí mismo.

El hombre (o mujer) del que hablo es usted. Independientemente de la posición que ocupe en esta sociedad tan contradictoria que hemos construido, si usted actúa como participante o como espectador pasivo de estas grandes tragedias humanas, si sigue en su casa ‘sentado’, sin manifestarse, sin siquiera inmutarse, usted es el hombre que patrocina su propia destrucción. Y aclaro que a veces también lo he hecho.

Maira Duque

Si una palabra pudiera definirme sería la multidisciplinariedad. Administradora de profesión, interesada en política, física, urbanismo, diseño, y otras cosas chéveres. Existencial, buscando el centro; intentando desfachatarme; me gustan las gomitas, los abrazos, y el color de las hojas de los árboles cuando hace sol.

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