Controlando el poder político

Como lo ha señalado Andreas Schedler, la pregunta sobre cómo mantener el poder político bajo control viene desde los antiguos filósofos de la política. Sobre esta cuestión existe hoy día una especie de consenso en torno a la necesidad de encontrar una manera de que este poder sea limitado, con el fin de que el mismo no se desborde y se vuelva un peligro para aquellos que se encuentran bajo su esfera de acción. Para lograr esto, en las democracias constitucionales contemporáneas existen, retomando los planteamientos del politólogo Guillermo O’Donnell, dos tipos de control: el vertical y el horizontal.

Mientras que el control vertical hace referencia a una relación de control que se da desde la sociedad hacia el Estado, el horizontal remite a interacciones de control entre instituciones del Estado.

Así, el típico modo de control vertical son las elecciones. En efecto, éstas pueden ser concebidas como un mecanismo de control político si asumimos que en las mismas los ciudadanos hacen un juicio retrospectivo sobre la gestión de los políticos, y, basándose en ese mismo juicio, deciden otorgar su voto a quien mejor ha actuado, o quizás a un nuevo personaje que irrumpa en la escena electoral. Debido a ello, los políticos se sentirán obligados a actuar de manera adecuada en aras de que los electores les favorezcan de nuevo con su voto de manera directa (votando por ellos) o indirecta (votando por alguien cercano a ellos).

Lo anterior es, por supuesto, una visión extremadamente optimista de las elecciones. Y no solo por los ya conocidos fenómenos de corrupción tan frecuentes en las mismas, sino por una cuestión tan básica como el déficit de información que existe entre representantes y representados, que impide que los ciudadanos sepan qué es lo que concretamente están haciendo los políticos (¿o es que ustedes tienen muy claro en qué y de qué manera están trabajando sus congresistas, diputados, concejales, presidente, gobernador y alcalde?), y que a su vez dificulta que los políticos tengan realmente claro qué es lo que quiere el electorado (que en todo caso no es un ente unitario, sino una suma de individuos con múltiples preferencias y perspectivas).

Como se ve, el control del poder político no puede limitarse a unas elecciones periódicas, y ahí es cuando cobra relevancia el control horizontal. Éste nos remite a la idea de que debe ser el Estado el que se controle a sí mismo, pues consiste en que sean sus mismas instituciones las que estén encargadas de vigilar que otros órganos estatales no se excedan en el uso de su poder.

Así, las relaciones horizontales de control se dan cuando una institución estatal busca evitar que otra abuse de su poder, como por ejemplo cuando el Congreso cita a miembros del Ejecutivo a debates de control político, cuando la Corte Constitucional impide a cierto expresidente reelegirse por segunda vez, o cuando la Procuraduría sanciona funcionarios públicos (sí, ya sé que esto es polémico, pero no voy a entrar a discutirlo aquí).

En realidad, ni el control vertical ni el control horizontal pueden asegurarnos que el poder político va a ser efectivamente controlado, ni que éste será canalizado de manera tal que nos beneficie. Sin embargo, por ahora estas parecen ser las mejores vías que tenemos para controlar al poder, y por ello creo que vale la pena defenderlas.

[author] [author_image timthumb=’on’]https://fbcdn-sphotos-e-a.akamaihd.net/hphotos-ak-ash3/t1/1896768_1404022706522257_982353613_n.jpg[/author_image] [author_info] Alejandro Cortés Arbeláez Estudiante de Ciencias Políticas y Derecho de la Universidad EAFIT. Ha publicado en revistas como Cuadernos de Ciencias Políticas del pregrado en Ciencias Políticas de la Universidad EAFIT, y Revista Debates de la Universidad de Antioquia. Ha sido voluntario de Antioquia Visible, capítulo regional del proyecto Congreso Visible. Actualmente se desempeña como practicante en el Observatorio de Restitución y Regulación de Derechos de Propiedad Agraria. Leer sus columnas. [/author_info] [/author]

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