Columna pachamamerta

La cultura ilustrada ha decaído en su expresión más catastrófica de vanidad, cuando sostiene que la humanidad es el culmen de la evolución del mundo. Los humanos desde que nos entendemos como tal estamos insistiendo en acabar con la historia, en darle a nuestra especie el último peldaño en la evolución, como si la evolución fuera una carrera que va hacia adelante.

La cultura ilustrada ha decaído en su expresión más catastrófica de vanidad, cuando sostiene que la  humanidad es el culmen de la evolución del mundo. Los humanos desde que nos entendemos como tal estamos insistiendo en acabar con la historia, en darle a nuestra especie el último peldaño en la evolución, como si la evolución fuera una carrera que va hacia adelante.

Trazamos una relación de superioridad con el universo. Poner al hombre al centro no es más que  una buena prueba de la fallida búsqueda de la especie por comprender lo inconmensurable, otra muestra de la mediocridad que estriba en creer que todo puede ser explicado, otra declaración de miedo a la duda.

Puede ser dios, la naturaleza, la razón, la tradición o cualquier otro mito que escojamos para vivir, para soportar la duda. Siempre serán mitos, creadores de todo. La diferencia está, creo yo, en entender que son mitos los que seguimos.

Perseguimos sombras para evitar la incertidumbre, pero además, las portamos con una vanidad solo atribuible a lo humano. Presumimos de nuestras sombras y las predicamos.

Creo que el mito más pretensioso de todos es la mercancía, se me hace inevitable pensar en el buen Marx y su teoría sobre el fetiche de la mercancía cuando veo a alguien presumiendo de un asunto tan sencillo como un modo de transporte. En perspectiva me gusta de Bogotá  que la gente monta en bicicleta porque llega más rápido y no se cree mejor al resto de la humanidad por ir en otro modo de transporte.

No estoy negando la condición trascendental del concurrir en nuevos modos de transporte que no afecten el medio ambiente, por el contrario, los considero absolutamente necesarios. Pero siento una molestia más bien estética con utilizar estos como una especie de tótem posmoderno.

Pretender estar en el centro del universo tiene consecuencias catastróficas con nuestro entorno, si quisiéramos entendernos como simples habitantes del mundo, entenderíamos que coexistimos con los demás seres que viven y entenderíamos que el mundo es finito, pero que no acaba en nosotros.

Abandonar el centro y entender que los mitos son utilices pero al fin y al cabo mitos, creo que es el panorama ético para afrontar la destrucción a que nos abocamos. Pretender el control de todo lo que nos rodea es una tontería casi tan grande como nuestra vanidad y es inútil.

Hablo de destrucción no apocalípticamente, sino en una perspectiva no utópica, nada mejor va a pasar con la humanidad, no somos el fin de la historia y nuestro paso por el planeta es un desastre. Pero tiene sentido entender que la pervivencia implica entender que no podemos controlar nada de lo que nos rodea.

Carlos Mario Patiño González

Abogado de la Universidad de Antioquia, Magister en Derecho económico del Externado de Colombia, de Copacabana-Antioquia. Melómano, asiduo conversador de política y otras banalidades. Tan zurdo como puedo pero lo menos mamerto que se me permita.

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