Canción de mayo

Nadie sabe por qué las niñas lloran cada vez que escuchan esa canción.

-Profe, cante la canción que nos hace llorar –  le dicen al maestro.

-Creo que mejor cantamos la del trencito. “Chu cu chu cu chu, el trencito feliz ha llegado a la estación”.

No hay respuesta. Los cuerpos infantiles no se dejan seducir por la alegre melodía. Llorar es lo que quieren, derramar sus lágrimas frescas y finas como lluvia de verano. Esa canción es el motivo.  Un llanto colectivo emerge de la clase cuando la cantan y los demás maestros se asoman con recelo. ¿Es la manifestación de alguna angustia? No faltan los diagnósticos: histeria, reacción en cadena, miedo escalonado. ¿Quién inició esta cascada de llanto?, indagan. De seguro fue Mariana famosa por sus melindres a todo pulmón.

-Yo no he sido-  responde la niña-  Yo ni siquiera vine el día que todo empezó.

-Entonces ha de ser un llamado de la Virgen que clama perdón por los pecados del mundo y quiere hacerlo a través de estas criaturas inocentes-  dice la Madre Superiora-  y agrega-  recuerden que estamos en el mes de mayo.

El maestro busca en sus apuntes de pedagogía y las teorías no le dan respuesta. Por eso prefiere cambiar la canción hasta cuando las pequeñas se olviden del asunto. Pero no hay tal.  Insisten en cantar la que las hace llorar. Entonces él recuerda a su maestro cuando decía: cada gota de lluvia es una nota musical que repetida conforma un canto de llamado a la vida. Así que el llanto como la lluvia, se dijo, es también un himno a la alegría.

Se para enfrente de sus alumnas y ve sus cabellos adornados con cintas blancas, las miradas inquietas, los brazos inmóviles a cada lado del cuerpo y el aliento contenido esperando la señal. Extiende su brazo derecho a la altura de los hombros, lo sostiene unos segundos apuntando hacia el frente, y con un movimiento de la mano marca el primer compás. Sus ojos son dos imanes cuya fuerza de atracción hace que las voces broten límpidas. Mariana y Laura están en primera fila. Mariana cierra los ojos mientras inhala y Laura levanta la cabeza cual alondra antes de emitir su canto.

No podrás…. Se alzan las voces al unísono, primero susurrantes y luego in crescendo guiadas por la mano del maestro que marca el acento. Vendrás en primavera… El eco rebota contra el tablero, recorre el salón y sale por las ventanas, cruza el patio y se eleva sobre los techos. Me recordarás…las palabras ondean con brillo matinal y ahogan los demás sonidos cotidianos.

Las voces de las niñas se cuelan por todos los rincones y palpita en los corazones de los demás miembros del colegio que están en sus quehaceres. Pacho pone a un lado sus herramientas de jardín y, mientras se seca el sudor con un pañuelo, suspira hondo como queriendo absorber la energía que viene enredada en el aire; la hermana Margarita deja de batir los huevos para preparar el pan, se limpia las manos en el delantal y las junta como para iniciar una plegaria; y en la sala de profesores se detiene el tecleo de los aparatos tecnológicos, los maestros olvidan las pantallas y se dirigen a la puerta como guiados por un embrujo, quieren escuchar con mayor nitidez . Es “La negra” la primera que deja ver una lágrima atrapada en el pliegue ancho de su nariz, y cuando mira a Claudia sonríen para sorber mejor el llanto. “Es como cuando llueve y a la vez hace sol”,  diría después Claudia al explicar lo que sintió.

Son las 10 de la mañana y en el salón de canto los rostros de las niñas se ven jubilosos, articulan las palabras con énfasis. El maestro advierte la vibración de sus mejillas y las figuras que hacen sus labios, ya como un bostezo, ya en posición de sonrisa. Les hace la señal de cierre y el sonido de las voces se desvanece hasta producirse un leve silencio. Es en ese momento cuando las lágrimas salen de su cautiverio y como cristales líquidos resbalan por los rostros infantiles. En la puerta el profesor de matemáticas obtura su cámara en un intento por retener ese momento sublime pero no ha podido capturar el movimiento ondulatorio de las voces que se han fugado con alegría juguetona y se dedican a tocar las puertas del vecindario sin que nadie las vea. Quieren avisarle a los dormidos que es hora de salir a ver la reunión de la lluvia y el sol.

Y entre tanto,  en la escuela,  Mariana es la primera en romper el orden. Se quita la balaca y la blande llamando la atención del maestro antes de que les pida que se sienten.

–“Profe’ cantemos la del trencito”.

Sí, responden las demás, y el trencito feliz con su chu cu chu cu chu se dirige a la estación.

 

 

Nubia Amparo Mesa Granda

Comunicadora Social – Periodista de la Universidad de Antioquia (1984) y especialista en Docencia Investigativa Universitaria de la Fundación Universitaria Luis Amigó (2010). Es docente en la Facultad de Comunicación Social de esta misma universidad. Ejerció el periodismo durante veinte años como reportera radial en distintos medios de comunicación de Medellín. Durante cinco años integró el Consejo Editorial de El Pequeño Periódico, publicado por la Fundación Arte y Ciencia. Varios de sus cuentos aparecen en libros como “Primer conjuro” (2010), “La palabra se baña en el río” (2011) y “Cuando el río suena” (2012). En 2014 publicó su primer libro de cuentos "Las voces que trae la brisa", editado por la Fundación Arte y Ciencia.