Aliviando a la generación Facebook

Una vez más, los jóvenes se han llevado la peor parte de la situación política. El resultado del referendo sobre el Brexit en el Reino Unido no es más que un recordatorio de la creciente división generacional que atraviesa la afiliación política, los niveles de ingreso y la raza.

Una vez más, los jóvenes se han llevado la peor parte de la situación política. El resultado del referendo sobre el Brexit en el Reino Unido no es más que un recordatorio de la creciente división generacional que atraviesa la afiliación política, los niveles de ingreso y la raza.

Casi el 75% de los votantes del Reino Unido entre 18 y 24 años votaron por «quedarse» en la Unión Europea y el «irse» les fue impuesto por los votantes de más edad. Y ésta es apenas una manera entre varias en las que el futuro económico de la Generación Y, y el de sus hijos, está siendo decidido por otros.

Yo estoy cerca de cumplir 60 años y me preocupa que nuestra generación en el mundo avanzado sea recordada -para nuestra vergüenza y pesar- como la que perdió el norte en materia económica.

En el período previo a la crisis financiera global de 2008, nos deleitamos con el apalancamiento, y nos sentíamos cada vez con más derechos a recurrir al crédito para vivir más allá de nuestros medios y para asumir demasiado riesgo financiero especulativo. Dejamos de invertir en motores genuinos de crecimiento, permitiendo que nuestra infraestructura se deteriorara, que nuestro sistema educativo decayera y que nuestros programas de capacitación y reestructuración laboral se erosionaran.

Permitimos que el presupuesto fuera rehén de intereses especiales, lo que ha resultado en una fragmentación del sistema tributario que, para sorpresa de nadie, ha impartido al sistema económico un nuevo sesgo anti-crecimiento injusto. Y fuimos testigos de un drástico agravamiento de la desigualdad, no sólo de ingresos y riqueza, sino también de oportunidades.

La crisis de 2008 debería haber sido nuestra llamada de atención económica. No lo fue. En lugar de utilizar la crisis para catalizar el cambio, básicamente nos dimos por vencidos y volvimos a hacer más de lo mismo.

Concretamente, no hicimos más que intercambiar fábricas privadas de crédito y apalancamiento por fábricas públicas. Cambiamos un sistema bancario excesivamente apalancado por inyecciones de liquidez experimentales suministradas por autoridades monetarias hiperactivas. En el proceso, sobrecargamos a los bancos centrales, poniendo en riesgo su credibilidad y su autonomía política, así como su estabilidad financiera futura.

Al salir de la crisis, trasladamos los pasivos privados de los balances de los bancos a los contribuyentes -los de hoy y los futuros-, pero no logramos reparar plenamente el sector financiero rescatado. Dejamos que la desigualdad se agravara y nos cruzamos de brazos mientras demasiados jóvenes en Europa languidecían en el desempleo, corriendo el riesgo de una transición alarmante de desempleo a inempleabilidad.

En resumen, no hicimos lo suficiente como para revitalizar los motores de un crecimiento inclusivo sustentable, debilitando al mismo tiempo la producción potencial y amenazando el futuro desempeño económico. Y estamos agravando estos errores en serie con una gran imposibilidad a la hora de actuar en materia de sustentabilidad a más largo plazo, particularmente en lo que concierne al planeta y la cohesión social.

La economía precaria naturalmente se propagó a la política alborotada, en tanto segmentos crecientes de la población han perdido su confianza en el establishment político, en las elites empresariales y en la opinión de los expertos. La fragmentación política resultante, inclusive el ascenso de movimientos marginales y anti-establishment, ha hecho que resultara más difícil aún diseñar respuestas más apropiadas en materia de políticas económicas.

Para colmo de males, ahora estamos permitiendo un contragolpe regulatorio contra innovaciones tecnológicas que afectan a industrias arraigadas e ineficientes, y que le ofrecen a la gente un mayor control de su vida y su bienestar. Las crecientes restricciones aplicadas a compañías como Airbnb y Uber perjudican especialmente a los jóvenes, tanto como productores como consumidores.

Si no cambiamos el curso pronto, las próximas generaciones enfrentarán tendencias económicas, financieras y políticas que se retroalimentan y que las agobian con demasiado poco crecimiento, demasiada deuda, precios de activos inflados artificialmente y niveles alarmantes de desigualdad y polarización política partidaria. Afortunadamente, somos conscientes del creciente problema, nos preocupan sus consecuencias y tenemos un buen criterio respecto de cómo generar el cambio tan necesario.

Dado el rol de la innovación tecnológica, gran parte de la cual es liderada por los jóvenes, hasta una reorientación pequeña de las políticas podría tener un impacto significativo y rápido en la economía. A través de una estrategia política más integral, podríamos transformar un círculo vicioso de estancamiento económico, inmovilidad social y volatilidad de mercado en un círculo virtuoso de crecimiento inclusivo, estabilidad financiera genuina y mayor coherencia política. Lo que se necesita, en particular, es un progreso simultáneo en reformas estructurales pro-crecimiento y una mejor gestión de la demanda. También debemos ocuparse de los sectores excesivamente endeudados y mejorar los marcos políticos regionales y globales.

Si bien son altamente deseables, estos cambios sólo se materializarán si se ejerce una mayor presión constructiva sobre los políticos. En otras palabras, son pocos los políticos que defenderán cambios que prometen beneficios a más largo plazo pero que suelen implicar alteraciones en el corto plazo. Y los votantes de más edad que los respaldan se opondrán a cualquier erosión significativa de sus derechos -recurriendo, inclusive, a políticos populistas y soluciones peligrosamente simplistas como el Brexit cuando perciben que sus intereses están amenazados.

Lamentablemente, los jóvenes han sido demasiado complacientes en lo que concierne a la participación política, en especial en cuestiones que afectan directamente su bienestar y el de sus hijos. Sí, casi las tres cuartas partes de los votantes jóvenes respaldaban la campaña a favor de «quedarse» en el Reino Unido. Pero sólo una tercera parte de ellos se presentó a votar. Por el contrario, la tasa de participación de las personas de más de 65 años superó el 80%. Sin duda, la ausencia de jóvenes en las urnas dejó la decisión en manos de la gente de más edad, cuyas preferencias y motivaciones difieren, aunque sea de manera inocente.

La Generación Y ha ganado extraordinariamente una mayor autoridad respecto de cómo comunica, propaga, consigue y disemina información, comparte sus recursos, interactúa con empresas y mucho más. Ahora debe aspirar a una mayor autoridad en la elección de sus representantes políticos y en cómo obligarlos a asumir responsabilidades. Si no lo hace, mi generación -por lo general de manera inadvertida- seguirá endeudándose excesivamente a costa de su futuro.

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